lunes, 13 de julio de 2015

LOS GORRIONES YA NO TRINAN EN MALASAÑA



LOS GORRIONES YA NO TRINAN EN MALASAÑA.

No procediamos de Avignon, sinó de distintos lugares de España los que nos dábamos cita en esa ciudad "rompeolas de todas las españas" que dijo Antonio Machado, quienes acudíamos a Madrid en busca de fama y fortuna.
En realidad allí reside todo lo que de malo y bueno subyace en nuestro país.Como esos gorriones tan necesarios que ya no anidan en los tilos del paseo de Rosales, van cayendo uno a uno bajo los perdigones de una ciudad que seduce y mata.
Así se fue como quien dice ayer el penúltimo de los trovadores nuestros que ayer se iba lejos de su barrio.Allí donde dejó muchas canciones perdidas en los "tablaos"y colmados donde trasegaba ebsenta mezclada con pinchos morunos. Su estela perdurará aún después de haber dicho un "hasta luego". Homenaje de uno de la profesión al bardo Javier Krahe, quien se fue en silencio como había vivido y con tanto por decir..  


Una voz se eleva yerta al cielo de Madrid. Los gorriones de los patios y jardiness se han quedado mudos porque se fue a quien tanto querían. Aquella tarde del duro estío de setiembre recalábamos mi mujer y yo en Madrid, y como ambos eramos de bajo presupuesto y bolsillos rotos -mi flamante mujer y yo- decidimos alquilar una habitación de pensión en ese Madrid desconocido que partiendo de la Red de San Luis se adentra en una de las calles más peligrosas de Europa, la que lleva el nombre de San Marcos.  - El escritor Manuel Vicent dixit- Es junto al barrio de San Paoli en Hamburgo la de mayor peligro y donde antes los Beatles empezaron a cantar con cuatro acordes revolucionando el mundo de la música.

En una corrala muy parecida de la calle de San Marcos de Madrid residí junto con mi mujer hace cuarenta años. Allí comenzó esta historia.
En un patio de corrala  instalamos el campamento base donde en aquel año de 1.981 residían en el mismo edificio una troupe de iraníes producto de la revolución en ese país. Arriba los pro Sha y, dos pisos más abajo otros del mismo país estos seguidores del nuevo régimen de los  los ayatollad de Jomeini. Menuda la griesca que hubimos de soportar desde los balcones y entretejados.. Decididamente no habíamos elegido bien la vivienda.Resistimos allí todo el otoño en el que el estío se prolongaba por Hortaleza arriba y abajo enfriando el cuerpo en las fuentes populares.
Como de algo había que comer solicité trabajo en el pimer Pub que encontré en el camino. El local situado en el Madrid noble estaba regentado por un cantante muy conocido quien se había hecho buena fama y regular fortuna con una canción muy conocida en esa época: "La luna y el toro" Procedía de Argentina por lo que su acento iba del lunfardo al más puro castizo: "la concha tu madre" ya saben. Se llamaba Alberto y obviamente el Pub llevaba su mismo nombre.


Aquellos tres con pintas de "macarras" irrumpieron en el local en busca de canciones.
Aquella tarde noche de mi debut aparecieron en el dintel de la puerta tres sujetos con pintas de "macarras" de barrio. Uno de ellos soltó un escupitajo antes de traspasar la puerta del local. Con desparpajo ocuparon tres sillas de enebro de las que disponía el local. Abrieron las piernas a largo de la bancada y pidieron de beber algo de lo que no había: absenta. El más dicharachero ese brebaje, absenta.Los otros dos unas bebidas exóticas que el camarero atendió en la medida.
Eran tres como "las hijas de Elena"aquellos que con cara de Inspectores de Hacienda habían recalado allí. Sucedía cuando transcurría el año 1.981 y aparecían sobre la capital los primeros albores del otoño madrileño y había gorriones en los sicomoros y acacias de la Villal y Corte. Pena que aun no estábamos en la era del selfie para inmortalizar el encuentro. 

El "Nano " y yo íbamos por libre antes de que el destino nos uniera en un abrazo común.
En ese local,solo en ocasiones, me acompañaba en el escenario una buena amiga que tocaba y cantaba casi de todo. Se llama Geli Cano, bióloga y natural de esta ciudad clariniana. Ella interpretaba - como Dios- las canciones de mi cuate Silvio Rodríguez, el cubano universal y de su sosias Pablito Milanés. Solo era cuestión de esperar que "cantaran" su copla  aquellos tres gorriones que se sentaban a unos pocos metro de nosotros, del escenario.
Mientras seguían con atención el "pase" sin pestañear siquiera. Velino portaba una Ovation UK2 modelo estéreo que había adquirido en A Coruña donde figuraba en el cartel de un bareto llamado el Salón donde en la puerta obviamente había colocada la imagen de un indio sioux para el reclamo. Más aquella fue otra historia para remarcar.
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Aquel otro aspecto de Velino en plan peleón quien también probó en Madrid su estilo de siempre.
Como para dar un sesgo al espectaculo me adentré en canciones de más fuste. Temas de George Brassens, al que yo había conocido en mi periplo parisino. Los tres clientes deguían sin inmutarse el programa. Solo el que parecía más dicharachero por su porte se dirigió a mi, cuando el camarero le servia el tercer gin tonic de la tarde,una compuesta adornada con rodajas de pepino en los rebordes.


Aquel bolerista que le gustaba interpretar canciones tiernas para enamorar el final de una época. Alberto Perez uno de los tres de "Malasaña"
"Me llamo Alberto y canto boleros" Es que a mi el bolero no me va mucho, le dije.Más sin tomamos conversación, se notaba que entre ambos había cierta empatía."Esos otros dos son Joaquin el de la barbilla de chivo y Javier, el de la cara triste y desocupada" me dijo el del "bolero"Supe después que los tres andaban por el barrio de Malasaña buscándose la vida. Como todos los de la farándula  que recalabamos por esas fechas en la ciudad.
"¿Conoces La Mandragora? Pues nosotros tocamos allí. Lo tuyo del Brassens, chapó colega". Y ahi quedo sellada cuando menos una amistad que perduró en el tiempo.Días después recalé en ese local de culto donde comenzaba a desarrollarse lo que se conoce por la movida madrileña, una movida representada por los grupos de rock, un estilo que yo ya había superado en los años 60. Carentes de armonía y contenidos aquellos chavales de rostro airado pretendían comerse el mundo, la noche y el barrio de una ciudad repleta de "fantasmas".


A este ácrata convencido se le ocurrió un día cocinar a fuego lento la imagen de un Cristo y por ahí no pasaron los censores de la época. "la hoguera, la hoguera"
Hoy que me devuelven su imagen los telediarios, siempre con asuntos por redescubrir, la de aquel joven taciturno y sombrío que acompañaba a mi interlocutor aquella tarde de finales del verano. Aquel rapaz enjuto que alegraba las noches madrileñas con canciones con sentido cuando yo vivía de prestado en un "conventillo" de la Calle de San Marcos, rodeado de árabes hambrientos de guerra y jóvenes labriegos que venían de los pueblos en busca de fortuna y gloria.
Eso días mi mujer recibía de manos del ex ministro Martín Villa su titulo que la acreditaba de funcionaria de alto nivel. Sucedía en un solaron de la calle Santa Engracia de Madrid. Esa noche recorrimos casi todos los bares del Madrid de los Austrias y de Chamberiía Lavapies. Eramos felices y para nada nos importaba aquella caterva. 
Más hoy, cuarenta años años después solo nos queda esta escueta esquela donde figura el nombre del finado, aquel cantautor reservado que entonaba "La Hoguera!" "Margaritte" ... canciones que resonaban en aquel bar donde corría la cerveza a raudales.


En realidad aquellos "bandarras" se lo tomaban todo a broma, menos las canciones que se las tomaban con absenta.
Así de escueto y acaso distante era Javier Krahe, antes de que conociera aquella canción que figura en mi primer L.P"Ni rejas ni fronteras" titulada "Piedra blanca sobre piedra negra" esa canción que dice: "...me moriré en París con aguacero" y caían las primeras sombras de aquella noche de  otoño sobre Madrid. Hoy, con el recuerdo de aquel tiempo,no por lejano menos querido, traigo a la memoria el óbito de este día que fue ayer.

Frente al mar quedaran sus restos para veneración de quienes le conocieron y disfrutaron de sus canciones. 
Se fue Javier, más sus canciones  quedaran en el repertorio de los que la acracia quiere suyos. Esos que habitan los lupanares y los billares, portando una colilla en la comisura de los labios. Ahora recuerdo aquel trío que me robó la escena en aquel Pub de Don Alberto:el formado por Alberto Pérez, Joaquín Sabina y Javier Krahe. Ese día quedo escrito en las paredes del destino una canción inacabada. Al tiempo, esa que entonan en merenderos los clandestinos del  barrio, las putas,gays y malandrines. Esa elegía para quienes se nos están yendo tan temprano, esos que elevaron sus voces al cielo de Españá los versos más hermosos y canallas regados con absenta. 

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