martes, 4 de noviembre de 2014

LA LEYENDA DE LOS CHUPASANGRES



" la leyenda de los chupasangres"


Los niños de ahora ya no se asustan cuando les mencionan al “chupasangres, más si les quitan el guasap pueden acabar a palos con los maestros. Otros tiempos, otras modas.

Nuestros padres nos metían el miedo en el cuerpo amenazando que venían los chupasangres. En otros lugares el pánico provenía de otros personajes de nombres igualmente tétricos: como “el hombre del saco”, el “sacamantecas” de personajes  más rebuscados y en última instancia, el medio se hacía real cuando el maestro blandía el palo de avellano untado con ajo, con el que pegaba a quien no sabía la lección. Los castigos más refinados se perpetraban con el puntero utilizado para señalar los mapas y subir al encerado.
 
Ellos, los chupasangres también tienen su literatura, ahora en desuso, los escolares tiran más de guasap que es la versión dulce del miedo en red.
Ahora a los niños se les amenaza con asuntos más tangibles: quedar sin desayuno como para disimular la lacerante necesidad que atenaza a los escolinos de mi barrio. Esos que ya no disponen de tiempo para los juegos y desconocen el pío campo, el escondite y el cascayu, pero les “obligan” a empollar la Rayuela escrita en papel de estraza por aquel amigo que dejé atrás más no en el olvido: Julito Cortazar.
De el me recordé con Mafalda que es otro personaje subyacente, contestataria, venida de otra cultura porteña. Cuando ese otro día le entoné una canción que solía cantar en mis noches de Pigalle, acompañado de Isabel Parra en mi París de exilio cultural.
El personaje de Mafalda no inspira miedo, sino ternura. En ese diálogo nos reencontramos cuarenta años después.
A estos niños por los que no pasa el tiempo cuando se ven forzados a emigrar tras sus estudios superiores hacia aquellos lugares que hube de elegir porque de aquella-como ahora- nos metían un miedote hambre, a más de con el chupasangres con la censura obligada por aquellos funcionarios con manguitos de cuero que habían sido en su mayoría somatenes, chivatos o falangistas.
En ese tropel bailaron los nuevos sindicaleros que son una estirpe que no se extingue por mucho que se lo proponga la Juez Alaya, “la guaja del carrín”. Esa sabe de leyes más que mi ex mujer que se parecen en los actos y hasta en lo físico. Salen de otro tropel universitario que elegía casi siempre el Derecho como carrera con futuro. Ellas  y ellos, ya no conocieron más chupasangres que estos de los ERES malditos y los cursos sin discurso que ahora han de juzgar.
Ella , la juez Mercedes Alaya, con su carrito sempiterno para investigar a los otros "chupasangres" de los ERES y cursos. No les pasa una.
Niños de la hambruna ese rebrote maldito que les atenaza en los recreos donde quedan adormecidos por falta de alimentos. Lo dicen las ONGs y hay que fiarse de sus encuestas. Lo que resta de aquello están en emergentes Podemos, que es lo que se trae. Lo dicen los diarios, que diría un “sudaca”.
Y hasta el padre Ángel que fue otro “niño del hambre” vestido de postguerra y puso manos a la obra para darles cobijo y comida elaborando estropajos en un chalet cedido para Cruz de los Ángeles en el Prao Picón de la ciudad. Allí aprendí acordes musicales con otros muchachos de mi edad en el grupo musical que allí se puso en marcha para recuperarnos de la calle donde jugábamos con una pelota de trapo, entreteniendo el hambre del estío, con una onza de chocolote y un bocata de salchichón.


 
 Este es el plato base de los escolinos, un día cualquiera del año. Y así no se puede resistir la jornada.
Comida de pobres, en suma. Hoy a falta de chupasangres les meten el miedo en el cuerpo por la carencia de alimentos que es menos prosaico y rugen las tripas avisando cuando no se ingiere más que agua del grifo tintada con vino peleón del cabeza de familia.
Ni quedan esquinas donde resuene la ocarina del afilador anunciando su llegada de Orense para afilar los cuchillos y remendar las ollas del hogar. Hoy aquellas costumbres y oficios de nuestra infancia han sido sustituidos por la cultura del Mercandona, donde se encuentra de todo y sino en los “chinos” del barrio donde comparten su comida y su gabán y unas fiestas de pobres con los guajes del cuento. Es así por mucho que nos lo pinten en un cuadro surrealista, de los de Picasso.
Y no muy lejos otros conspiran con el dinero y se corrompen para darle gusto al cuerpo entre “casa de putas” envueltos en tarjetas de cartón “opacas”.
Dos niños sentados en sofá viendo la televisión Foto de archivo - 15155181
Se les contenta fácil, usando el truco de la televisión donde entretienen el hambre compartido
Los niños de ahora crecen a golpe de plasma de  televisión dond salen a destajo, muertos zombies y personajes de toda ralea. Aprenden primero pero mal. Son victimas del maldito plasma pagado a plazos por sus padres en el Media Mark más próximo.
A la puerta de sus hogares el mercadinching dice: “Bienvenido a la República de tu casa” sin que la mayoría hayan leído a Platón, ni falta que les hace. Ellos tienen bastante con contar para la mañana con un trozo de lo que sea y un vaso de colacao. El otro hambre encubierto que surge del estraperlo y la caridad.
Hijos del limo, del oprobio, la carencia a la que le someten las necesidades básicas que atenazan a las casas de pobres en las que no falta el plasma para que las mamás desocupadas sigan el “Sálvame “y los papas puedan salir al chigre. El  bar de abajo donde proyectan los partidos de fútbol codificado.
Viendo fútbol en la tele
Los mayores tiran de mando a distancia para olvidarse del mundo que les rodea.
Ya ni el “interés general” decretado sine die por nuestro Álvarez Cascos se respeta. “Futbol es futbol” que decía el otro. El dictador aprovechaba estas cosas para organizar “guateques” en la Granja segoviana e invitaba a los hijos de los otros pobres a que le cantaran pasodobles en los salones de palacio.
Hijos de aquella hambruna de postguerra, amedrantados con la llegada de chupasangres y titiriteros que iban de feria en feria, para contarnos las andanzas de los sacamantecas en unos mapas pegados con cola a la pared. Estos en fin, no padecieron los golpes de esgrima de los maestros ni las “palizas” de los curas que nos obligaba a saber de carrerilla el rosario y sus pasos, la orgia de sangre de las semanas santas obligados a la comunión y el recogimiento. Ellos no conocieron en suma, aquellos dúa de estrecheces, pero si el hambre.
Los niños de la hambruna de los cincuenta en España no eran muy diferentes a los de ahora. Ellos al menos disfrutaban de una onza de chocolate para el recreo
“Velino: en realidad a quien tu tenías miedo era a un homónimo tuyo al que llamábamos “el resalau” practicante de la Fabrica de Explosivos que portaba en una carpetilla las agujas hipodérmicas que metían miedo a niños y mayores”. Lo recuerdo Pepe. Hasta el corvejón me la clavó un día que me evadí para no portar esa señal de vacuna que nos quedó grabada en el hombro a los niños de mi pueblo, los pobres de los 50.
Más los chupasangres de ahora llevan corbata y traje de Armani. Viajan en coches de lujo acompañados de orondas señoras empolvadas y dentro del auto asemejan “un grano de pus” le digo a mi viejo preceptor de profesión marmolista. Ayer, como quien, dice nos fuimos hacia esos pueblos de la periferia ovetense que hacen parroquias en mi ciudad. A degustar callos con picante. Eso solía hacer de niño por estas fechas y esta vez fue para recordar a mi viejo fallecido que peleó por los montes astures encuadrado en una guerrilla.
Pepe "el catedralu"a la izquierda de la foto, rememora aquellos años de cuando mi padre me construyó mi primera guitarra de madera noble.
“El te hizo de regalo de Reyes tu primera guitarra de madera, luego es culpable de haberte inculcado el amor por la música. Lo de periodista ya fue cosecha tuya por mediación de ese compañero fallecido del que tanto hablas, el tal  Faustino. El caso era comunicar que en realidad es la máxima de la profesión, el resto; florituras filológicas como para vacilar al personal, le digo.
Ahora, en el recuerdo de los más de 800 compañeros abatidos en los campos de batalla por mor de que conozcamos como se desarrollan los acontecimientos. Lo  del miedo no es ya al chupasangres, sino al islámico de la yihab que no se anda con contemplaciones. Con tanta violencia surtida por el plasma del telediario, los chavales de ahora ya no temen a la guerra, sino al hambre.  En eso se comparan a los niños de Gaza, del subsahara, colgados en los alambradas de los pasos fronterizos.
 
Por cielo y por mar otros niños, de otros países quieren venir al "paraíso" en el que poco queda que llevarse a la boca
Los niños españoles viajan en otras pateras en forma de guaguas hacia sus lugares de aprendizaje con una onza de chocolate en el bolsillo y la ilusión de aprender cosas nuevas. Sus profesores no dan abasto para enseñarles todo lo que deben saber. Más a ellos ya no les vale con meterles miedo con los chupasangres, con suprimirles  el guasap puede que hagan la revolución pendiente. 

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