jueves, 23 de enero de 2014

Ay del pueblo que no ame a sus poetas





 "!ay! de aquel pueblo que olvida a sus poetas"

  
“Una vida vivida con un libro bajo el brazo”


De niño hurtaba horas al estudio, a los juegos, para conocer lo que escribía un tal Ovidio poeta y me atrajo siempre aquel otro griego de nombre Homero que era ciego y llevó sus Iliadas y Odiseas más allá de los confines de aquella tierra en la que los poetas eran algo casi sagrado. Sus poemas, en ocasiones épicos, reflejaban las victorias de sus guerreros y marinos
Y ¿cómo no? me atrajo aquel otro romance de la bella Penélope quien aguardó la llegada de su hombre  navegante, aventurero, trenzando y destrenzando una coleta que nunca tenía fin. Enredaba y desenredada, la bella esposa y amante, célibe, hasta que un día apareció en el horizonte la nao capitania del hombre que amaba y había surcado los mares en busca de nuevas tierras y conquistas.

     
aquellos niños de la lectura prohibida en las aulas del franquismo.
 
Yo tenía un maestro que no amaba la poesía. El; a más que el futbol y contar historias de la ciudad sitiada- Oviedo- de la que decía, había sido defensor de los valores eternos encarnados de la falange, poco más. No amaba por tanto la poesía, pero me las ingenié para hacerme monaguillo: El viejo sacerdote que había sido misionero, si leía los clásicos y me resguardaba de la persecución del inculto maestro “Eso es cosa de rojos López” me decía.
Yo le tenía miedo a aquel José Suárez, un movilizado que no había estudiado los magisterios propios de su oficio. Hasta ese extremo llegaba la educación impuesta por el Régimen del viejo general, el de la efigie reflejada en monedas de a “perronas y perrinas, en monedas de media peseta que llevaban un orificio en el centro de a “dos reales”. 
 
 Ellos no leían,daban madera y consignas. Pobres alumnos de los 50

Bajo el dintel de mi escuela no colgaban fotos de escritores, músicos…poetas, sino las de un joven repeinado llamado José Antonio y claro a su lado la del General victorioso: Franco.
Por las mañanas arriaba la bandera nacional y nos hacían cantar el “Cara al sol” lloviera nevara o hubiera calor, eso era obligatorio. La letra la había compuesto un poeta caído en desgracia, admirador de los clásicos del siglo de Oro, llamado Dionisio Ridruejo
Como se me daba bien la lectura, el cura párroco Don Ángel, que oficiaba en latín, me había tomado aprecio, se las ingenió y me coló para  que leyera los evangelios en la escuela, las tardes del sábado. 
 
Miren ya hacian fotomontaje,pero ni con esas pudieron con la poesía.
 
Maldito el interés que mostraban mis compañeros de estudios por la palabra de Cristo. El maestro aun menos. “Hazlo cortito, resume Avelino, que si no fuera por obligación hablamos de fútbol”
Pasado el tiempo y cuando abandoné los “párvulos” ya leía a escondidas La Nueva España que era el periódico del pueblo, en la rebotica de un “rengo” que venia hasta mi pueblo para arreglar el pelo en la barbería de su propiedad. Se llamaba Constante, era rengo  y tenía mala leche. Así aprendí a conocer y mara las letras, a conocer que había otros mundos lejos de mi ventana y por medio de los libros que me prestaba el cura.
Afortunadamente no todos eran iguales. Solo los soperones
 
Cuando ya me hice mayor, me entraron unas ganas tremendas de leer poesía y así conocí a los poetas prohibidos y apócrifos y los clásicos, hasta que un día calló en mis manos la Antología Poética –prohibida- de Don Antonio Machado.
Aquel poeta ya fallecido, sabía muchos de aquellos clásicos de los que bebía y en ocasiones usaba su forma de escribir. En eso era y es aún, un maestro. El había sido profesor de francés y casó con una moza de Soria llamada Leonor, el lugar adonde fue destinado a su regreso de Francia, dond ejerció como profesor de francés en el Instituto soriano. 
 
Don Antonio Machado,poeta del pueblo y de los campos. La voz acallada de un tiempo de silencio
 
Que lindo era el idioma francés. Una vez oí a la puerta de mi casa, hace más de medio siglo, a un matrimonio que hablaba en esa lengua tan hermosa. “Voala tu parlé Francaise” no sabía que me decían, más era tan hermoso y dulce, que les invité a un trago de cerveza con “casera” que tanto le gustaba a mi madre-
Con los años me aficioné a la poesía. Mientras otros jóvenes de mi edad con los que compartía afición musical pensaban en otras cosas propias de la edad, yo entretenía los ratos libres leyendo a poetas de cierta consideración: Machado, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez… y mas tarde ya textos de poetas más desconocidos algunos, franceses clásicos y alemanes. Me hice por decirlo así: profesional del verso.
 
El le cantaba a las "cebollas" y a aquella mujer que tanto amaba y a un amigo  que le enseñó a amar los clasicos.
 
Y… ¿Por qué no ponerles música a los textos de estos vates con poemas tan hermosos? Y a eso dedique y dedicó esta vida, a mas de seguir en la música y el periodismo.
Pero esta tierra mía en la que me parieron no parece gustarle  básicamente la poesía, más allá de textos adocenados, sin ritmo ni métrica, un pueblo de “palurdos” que ignora  a sus poetas.
En ese entretiempo un día conocí a Ángel González, poeta natural de Oviedo, así de mis gustos, más algo mayor que yo y me dedicó un ejemplar de su primera obra “Palabra sobre palabra”. Aquel mocetón escribió así en mi cuaderno de estudios: “para Avelino con el ofrecimiento de la amistad” y esa frase se me quedó grabada todo este tiempo. Alos después nos vimos otras veces, porque le gustaba como tocaba la guitarra y la música que les ponía a los poetas.
           
Lo dejó escrito en los muros del tiempo: "para Avelino con el ofrecimiento de la amistad"
 
Y me atreví a musicar alguno de sus poemas. En uno en concreto puse mi guitarra al servicio de su obra, el titulado “Domingo” que no se porque me retrotraería a la infancia del  Parque de San Francisco de mi ciudad.
Fue cuando un joven periodista de mi misma edad, llamado Faustino F. Álvarez, quien  después de mi aventura por Europa tituló en Asturias Semanal: “Para cantar a los poetas hay dos nombres: Paco Ibáñez y Avelino”. Paco que ahora cuenta 80 años de edad, era muy famoso allende nuestras fronteras, el ponía también música a los poetas y allí le conocí y disfrute con el de su obra tan completa.
Pero en mi tierra, seguían sin darles importancia a sus poetas. Descubrí por medio del Cuarteto Cedrón, músicos argentinos residentes en Paris, a Raúl González Tuñón, un vate nacido en Buenas Aires de padres asturianos. Que bellos sonaban sus versos en la voz del Tata Cedrón y su cuarteto de cuerda y bandoneón.
    
Nostros a llevar la voz de un pais de silencios obligados por Europa
 
Y de vuelta me interesé por otro poeta asturiano, este “exiliado” en Cuba y Méjico, se  llamaba Alfonso Camín, del que cante en TVE algunos poemas trocados en canciones propias.
Olvidado y menesteroso se vino a vivir a su Gijón natal, a un pueblo llamado Porceyo, donde le visitamos el locutor Carlos Rodríguez  y yo que luego fue director de la Radio Nacional de España en Asturias. A aquel hombre le faltaba lo más elemental para vivir .Casi en la indigencia, transcurrían sus postreros días. Así lo denunciamos en los medios, más era ya otro olvidado y se murió en el más oscuro lugar de su casa de pueblo.
       
Albino Suárez,poeta y hombre de bien con Camin antes de su muerte.
 
¿Para que hablar de mi profesor ex cátedra el gran músico, Eduardo Torner? quien también nos dejó bellas partituras, pero dejó su tierra, herido de desprecio por la ignorancia de los suyos, cuando algunas de sus canciones fueron rescatadas del olvido por la juventud de ahora.
En fin Ramón Pérez de Ayala, sobre el que todos sus compañeros de generación vertieron las más elogiosas palabras para con su obra. 
  
!Ah! los que dejaron sus versos escritos en papiro y que recupera Carlos Rodríguez, con su peculiar acento de rapsoda nato.

Unos y otros forman parte del olvido. Su poesía, a la que dedicaron toda una vida, está en le barbecho de las bibliotecas esperando una mano amiga que les rescate.

Por eso esta noche de lectura obligada, hecho de menos aquellos clásicos prohibidos, cuyas lecturas hurtaba en mis horas de vigilia, para leerlos a luz del keroseno o de una lamparita Osram de 25 watios. 
 
Siempre la poesía en las noches de lectura y luz de obra.
 
Un pueblo se distingue también por el amor a sus poetas, los que cantaron sus cosas en versos emocionados, como los que ahora mismo leo.




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