miércoles, 15 de enero de 2014

Cimavilla el barrio de Asturias de Xixón



  

 " Cimavilla el barrio con sabor"

 " Gijón presume de un barrio histórico"
 

Un lugar con sabor y olor a mar, con sonidos de guitarras.
 Todo tiene sabor a mar, todo huele a barrio Cimavilla arriba, desde ese palacio de difícil pronunciación: Revillagigedo. Esa plaza donde Pelayo vigila  y señala, ese lugar, esa fuente, donde hace un lustro arroje monedas en espera de que aquel amor fructificase. 
Pelayo indica el camino de la vida y el amor.
 
Yo te conozco bien, barrio de Cimavilla, cuando descubría las noches de luna llena desde la atalaya, las canciones mías en ese affiche gastado, misterioso que colgué a las puertas de aquellos locales de copas, los boliches adonde venían desde la ciudad y de otros lugares asturianos, Oviedo, Avilés, las cuencas.
Recalé en aquel “Mesón de gallo” en aquellas noches de canciones clandestinas donde aquel “negro” argentino de voz cristalina que se llamaba Mario, se desgañitaba para sonar el más alto.: Mario “el Indio”.
 
Esos locales donde surge la vida y las canciones de amor
 
Ese local misterioso, sonámbulo y necio como un gato negro de Poe donde instrumentábamos a los mejores latinos del tango, la rumba, el bolero… Paco Sandoval y yo mismo después de que Gerardo y Mari dejaran el negocio por otro de sopa caliente y chuletón a la brasa: la Ínsula.
Yo te conozco bien barrio de Cimavilla, donde recalaron los mejores músicos de la época, cuando los del “Dúo Costa Verde” me pedían arreglos imposibles en tablaturas cifradas para sus canciones tan hermosas. 
Ellos dejaron el sabor del "Gijón del alma"
 
Aquel Carrizo que dio nombre al barrio, donde aprendí de, un genio del bolero hecho artista, y donde una noche apareció como si de un “fastamón” se tratara, por la puerta del local, aquel joven e aspecto mayor, de mi misma edad al que yo vi tocar en la vereda del campo de San Francisco en la otra ciudad.
Traía otro nombre, más era el mismo. Vestía una gabardina de talle largo y unas almadreñas como para resguardarse de la lluvia, siempre tan presente en el barrio, en la ciudad del pleamar.
Yo te conozco barrio donde desvirgué sueños de cantor y melodías enfermas de acordes. Y aquel Juan Granda de los cigarros puros, cual ventrílocuo prestidigitador, habló por su propia voz. “Igual quieres venir conmigo a tocar, solo a tocar, que cantamos nosotros y me envizcó y ya fui tras sus huellas a aquel salón de comedor donde venían los nuevos ricos a oírnos de aquí de allá y acullá.
 
Me buscó un dia, me hizo un guiño, y me ligó
 
Y allí en esas noches de maracas y leche de pantera, renacieron las Coplas del Coque, aquel ciego picantón que tocaba y recitaba  cuando yo era un niño en la esquina de la plaza del Fontán de Oviedo.
 
Ellos conocieron el sabor del barrio, su encanto y sus canciones.
 
Yo te conozco bien, barrio de Cimavilla, donde me habitaron las prostitutas de lux, una de ellas me habló en voz de filosofía parda de esas otras cosas secretas para un infante.
“La que elijas deberá ser de mi condición, es decir puta, porque sino vendrás en busca de una de nosotras” Con el tiempo descubrí, cuanta verdad encerraban esas palabras. Pero eso había que comprobarlo y me encelé en aquellos tugurios de nocheros y conspiradores de izquierdas. Porque Gijón que lleva nombre de varón, es bermellón y el barrio su exponente mejor.
Liberal en el amor y en las ideas.

 Gijón despliega decenas de policías para poner fin al botellón
 Esas noches con encanto y canciones del siempre "Vitorón"
 
Allí, en aquellas noches del timbre ocultó a la policía, solía venir a verme y escuchar mis canciones, un joven estudiante de Derecho llamado: Rafael Lobato Lobo, quien con el tiempo llegó a ser Director General de la Marina Mercante y un día de su mandato, se embarrancó en las arenas de San Lorenzo, un barco de carga que ensució durante muchos meses la playa más bonita de norte. San Lorenzo.
 
La Vicaría donde me enseñaron a sentir ese barro y sus misterios.
 
Yo conozco también ese otro barrio del estraperlo y el contrabando de tabaco y licores, cuando nos llegó el aviso una tarde aciaga de que habían encontrado muerto al ícono del barrio. Era un joven lleno de vida llamado Rambal, que hacia las delicias artísticas para toda la ciudad.
Su homosexualidad  podría haber tenido mucho que ver. “Un ajuste de cuentas " se dijo entonces.
 
Rambal era todo un showman, todo amor.
 
Y en los recesos de mis actuaciones, iba a tomar un refrigerio a un bar de la esquina de aquella calle con nombre de boda por la iglesia: La Vicaria, donde me servían llampares picantes antes de que las degustara  en el Altillo, un restaurante de  culto. Yo viví mucho ese "Gijón de alma" yendo a Vitorón, cuando conocí a mi primera novia que era de esa ciudad.
 
Yo te conozco bien, barrio de Cimavilla, de chicas con olor a jazmín y faldas a alcanfor, una flor en el pelo y una canción solicitada. Y ellos de zapatos tintados en blanco España y el pelo negro azabache y un pitillo en los labios.
Allí donde aquel Samuel que siempre fue el “portero de noche” se “puso por su cuenta” y riesgo y bautizó su negocio “Los Angeles” para acercarse al cielo. Y el barrio seguía y sigue oliendo a sardinas fritas en la Dársena, que rezuman  sabor a vinagre y aceite de oliva, con el que regaban esas ensaladas, tan excelsas que nunca otras jamás probé.
Aquel barrio que es este, fue y será refugio para los primeros  y últimos “sudacas” que traían el sabor  de la milonga en el corazón y hacían sonar,  quenas y charangos.
 
En una esquina de palmas y gitanos.
 
Yo te conozco bien, barrio de Cimavilla, donde los gitanos teñían el pelo con betún impregnado  de aceite de oliva y cuando ponían sus melenas en movimiento regaban de mejunje las mesas del local.
Aquel Maire al que aun veo de vendedor de muebles por los mercados, Los Tropicanos, Julio que se nos fue y Manolo y Quico. A todos os recuerdo en este solitario calabozo que es mi cuarto de escribiente.
 
El es...irrepetible
 
Escuela de artistas y macarras, de vuelta ya de casi todo. Que portaban del brazo aquellas hembras con olores a colonia barata.
 Imagen: 'Tatuaje. Homenaje a Concha Piquer' en Paterna
A la Piquer le dejaron su baul olvidado en estas calles tatuadas en sus muros
 
Si en algún lugar, algún puerto del mundo, pudo escribirse la canción “Tatuaje” ese lugar debió haber sido en una taberna de tu barrio Cimavilla. La Piquer, tuvo que ser nacida en esas calles del barrio de Gijón, como son sus payos y gitanos del trile y el rastro, los pescadores y marinos que dan fuste y personalidad  a esta ciudad.
Algunas tardes de verano, me perdía calle arriba donde las cigarreras exhibían su porte al salir de la fábrica de tabacos, esos puros Farias que impregnaban la calle del barrio y olían a gloria de a lo lejos.
Te quise y te quiero con la misma nostalgia que ahora me invade, cuando suena el tango en mi encordada. 
 
Esa dársena con olores a mar y sardinas a la plancha 

Allí, grabados en esos muros, se quedaron mis besos primeros, un amor que reverdecí  hace unos años cuando volví a esa ciudad que se nos mete a todos por las venas para siempre.
En este  regreso epistolar, casi tardío que ahora me ocupa, te envío un beso enamorado, porque llevas nombre de mujer, de hembra en celo y suspiro por un día compartir tu cama de sabanas limpias y corazones impolutos y hermosos, porque yo te conozco bien barrio de C

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